SESIÓN 2

Del mandato a la toma de conciencia auténtica

Mandatos de la masculinidad tradicional

Son aquellas imposiciones las cuales vienen mayormente del entorno social. Hay mandatos familiares, culturales y muchos de estos están ligados al género. El machismo se aprende mediante mandatos que funcionan como reglas que los hombres deben seguir para ser reconocidos como masculinos del sistema patriarcal. Con respecto al mandato, Ramírez (2020) apunta:


En términos sociológicos el concepto de mandato se ha inscrito como parte del proceso de dominación, que incorpora otros elementos como la obediencia y la disciplina. Esto es, el mandato requiere sometimiento y aprendizaje para que el propio mandato se ejecute. La disciplina se adquiere mediante instrucción, una pedagogía que puede tener muchas facetas como compenetración, inspiración, persuasión, convencimiento de su rectitud, sentimiento del deber, temor, costumbre y conveniencia” (p.13).

Autosuficiencia

El diccionario de la Universidad de Oxford y la Real Academia de la Lengua Española, definen la autosuficiencia como “que se basta a sí mismo”, se espera que los hombres no acepten que a veces necesitan ayuda o apoyo de otras personas. Alimenta la creencia de que, por el hecho de ser hombres, ellos están preparados para resolver cualquier situación que se presente, pedir ayuda se percibe como una señal de debilidad. Este mandato puede evidenciarse en situaciones tan cotidianas como no solicitar orientación cuando desconoce un destino al que se dirige, hasta no buscar apoyo emocional cuando lo requiere.



Ser fuerte

Este mandato tiene dos líneas, en la primera se espera que los hombres estén en una competencia constante con el fin de demostrar constantemente que son hombres: esto puede ir desde defender su honor, medir habilidades, hasta tener siempre la disposición de utilizar la fuerza física en caso de ser requerido. La segunda se relaciona con la gestión de las emociones. Según Pallarés (2010) y Güell (2013) todos los seres humanos tienen cinco emociones básicas: alegría, miedo, tristeza, enojo y desagrado. Este mandato particularmente sostiene la falsa creencia que el demostrar miedo y la tristeza son señales de debilidad, siendo esto una cualidad percibida como femenina y que los hombres deben evitar. Desde el aprendizaje machista un hombre fuerte es aquel que demuestra dureza, esto lo logra reprimiendo aquellas emociones consideradas femeninas, y por otra parte, el colocarse en riesgo es leído como un símbolo de valentía.

Atractivo físico

En la cultura machista no basta solo comportarse como un “hombre”, sino también verse como tal. El atractivo físico puede variar según él contexto donde se desarrollen las personas. Por ejemplo, lo que se puede considerar atractivo en un hombre en Costa Rica puede ser distinto en otros lugares como Escocia, Camboya, Filipinas incluso en países más cercanos. Connell y Messerschimdt (2005) explican que este mandato es una de las tantas formas de comprender cómo la masculinidad va más allá de un hecho biológico y se reconoce como un aprendizaje social, puesto que sus significados no son universales.


Es necesario mencionar que, para cuestionar la masculinidad tradicional, no basta solamente con pintarse las uñas o tener una expresión de género más alejada a este mandato. Como se analizará más adelante, la raíz se encuentra en cómo se relacionan los hombres con las otras personas, y por ello un hombre que tiene una expresión de género más cercana a lo considerado femenino no es un sinónimo de cuestionamiento de los otros mandatos que acá se presentan.

Roles rígidos masculinos

Este mandato impulsa la creencia de que el único rol de los hombres dentro del hogar es ser proveedor, y que a las mujeres les corresponde la crianza de los hijos e hijas y todo el trabajo dentro del hogar (cocinar, lavar, limpiar, ordenar, entre otras tareas). Para Cuevas (2019) históricamente desde el machismo se ha devaluado el trabajo doméstico, el cual sigue estando mayormente en manos de las mujeres. Los hombres que realizan este tipo de trabajos son considerados femeninos o dominados por sus parejas mujeres cuando son heterosexuales. Esta división de tareas a partir del sexo de las personas, imposibilita ver el trabajo del hogar como una responsabilidad compartida, además que priva a los hombres que son padres de vivir una paternidad más comprometida, amorosa, cercana y placentera.

Hipersexualidad

Este mandato se puede resumir con el conocido refrán “cuando la de abajo se para la de arriba no piensa”. Retomando a Artazo y Bard (2019), se espera que los hombres siempre deban estar dispuestos para mantener relaciones sexuales, cada conquista sexual se percibe como un logro, del cual se puede alardear. Sostiene la falsa creencia que deseo sexual masculino, más que estar dominado por un aprendizaje social, responde a factores netamente biológicos imposibilitando que muchos hombres tengan autocontrol. El consentimiento en todas las prácticas sexuales y la responsabilidad afectiva no forman parte de cómo se espera que un hombre viva la sexualidad. Por el contrario, la apuesta tiene que ver con una sexualidad arriesgada, descuidada y, por ende, es un factor de riesgo tanto para él mismo, como quienes le rodean.

Violencia y control


Incentiva la falsa creencia de que los hombres son violentos por naturaleza y es parte de la masculinidad. López (2022) apunta a que ningún hombre nace siendo violento, conforme va creciendo aprende a utilizar la violencia como un medio para resolver sus problemas, afrontar aquellas emociones que lo hacen sentirse vulnerable e imponer su voluntad sobre aquellas personas que percibe como inferiores. Han (2016) explica ampliamente cómo la violencia tiene muchas dimensiones y manifestaciones, desde formas más palpables como la violencia física, verbal, patriarcal hasta aquellas que son más complejas de identificar (violencia simbólica y estructural por mencionar algunas). Desde el trabajo de García, Cruz y Bellato (2021) el hecho que un hombre no se defina desde la heterosexualidad no le exenta de ejercer formas de violencia contra otras personas. En módulos de esta naturaleza es necesario incidir en este tópico, que los hombres reconozcan la violencia como un medio que complejiza la manera en que se relacionan con ellos mismos y con su entorno.

Heteronormatividad

Mandato que espera que todos los hombres se sientan atraídos por las mujeres, sin embargo, esto no ocurre. Miller (2018) evidencia cómo científicamente se ha comprobado que la orientación sexual de las personas no se elige, es un proceso de autodescubrimiento. Este mandato hace que muchos hombres violenten a aquellos otros que no son heterosexuales (y también a otras personas que no sigan los parámetros heteronormativos). Esto acarrea implicaciones negativas tanto para la persona violentada como para quien violenta.

Las expresiones de odio pueden ir desde un lenguaje despectivo como: playo, loca, maricón, yigüirro, guineo, hasta los crímenes de odio por orientación sexual o identidad de género. Alrededor del mundo muchas personas LGBTIQA+ son asesinadas por el hecho de amar a personas de su mismo género. También se considera importante nombrar la homofobia internalizada, la cual Rzondzinski (2019) expone que está presente en muchos hombres gays, bisexuales, pansexuales, donde también perpetúan comportamientos discriminatorios hacia otros hombres que pertenecen a este sector de la población y que consideran inferiores, porque se han alejado en mayor o menor medida de estos mandatos.


Los hombres demuestran continuamente su heterosexualidad, ligando o aclarando que no son gays cuando muestran cariño a otros hombres. Asimismo, se puede mencionar que evitan mostrar cariño a otros hombres (especialmente a hombres gays). El demostrar cariño en sí es un comportamiento social o feminidad y mostrarlo hacia otro hombre significa descender en la jerarquía de la masculinidad patriarcal.

Capacitismo

Según la Convención de los Derechos Humanos de las personas con discapacidad (2008), aprobada en el 2007 por la ONU y en Costa Rica por Ley 8661, la discapacidad es un concepto que evoluciona y que resulta de la “interacción entre las personas con deficiencias físicas, mentales, intelectuales o sensoriales a largo plazo y las barreras debidas a la actitud y al entorno que evitan su participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones con las demás” (artículo 2). Para cumplir con los mandatos patriarcales los hombres no deben tener ninguna condición de discapacidad, ya que esto representa una posición de vulnerabilidad ante el entorno. Por otra parte, para cumplir con este mandato también los hombres deben excluir a todas las personas con discapacidad, y esto se logra por medio de percibirlas como seres inferiores alimentado por los estereotipos relacionados con las discapacidades.

Racismo

Si bien raza humana sólo hay una, se han establecido jerarquías culturales a partir del color de la piel de las personas. Para Bandeira (2020) el modelo tradicional de masculinidad privilegia a los hombres blancos por encima de cualquier otra raza. En la cultura costarricense predomina el modelo de belleza tradicional basado en estándares europeos (hombre blanco, delgado de ojos claros, y cabello claro). Dicha desigualdad racial se traduce en racismo que se puede evidenciar en manifestaciones desde repudio directo o indirecto hacia personas negras, asiáticas y cualquier otro color de piel, hasta en la fetichización que trabaja ampliamente Ramírez (2018). Un ejemplo claro es la fascinación por el pene de las personas negras por la falsa creencia de que todos tienen un miembro grande.

Cisnormatividad

En distintas culturas existen puntos de encuentro como por ejemplo el falocentrismo, donde un pene grande es un sinónimo de masculinidad. Resulta importante recalcar que no todos los hombres tienen pene, sin embargo, se ha convertido en un símbolo central de masculinidad tradicional. Radi (2020) explica que al asumir que todos los hombres deben tener pene se invisibilizan otras identidades como los hombres trans e identidades no binarias que se expresan desde una apropiación asociada a la masculinidad. Por otra parte, Coll y Missé (2014) y Ramos (2018) investigaron cómo al igual que con la homofobia, la transfobia internalizada lleva a muchos hombres trans a recrudecer los mandatos de la masculinidad como una estrategia para reafirmar su identidad. Este mandato normaliza la violencia hacia las personas trans desde la fetichización, hasta los crímenes de odio.

Aquellos hombres que sigan estos mandatos tendrán acceso a una serie de privilegios, pero también tendrán que pagar costos que repercuten en sí mismos y en la sociedad en general. A continuación, se amplían los privilegios y los costos relacionados a los mandatos vistos anteriormente.